Stop discriminación. Los DDHH en la escuela *
Seguramente, la forma más eficaz y directa de defender los derechos humanos en la escuela es ponerlos en práctica en su integridad. Es decir, empeñarse en hacer efectivos en el día a día todos los derechos para todas las personas que forman parte de la comunidad educativa, “sin distinción de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”, tal como señala el artículo 2 de la Declaración Universal de DDHH.
Uno de los cambios más notables que se ha producido en nuestras escuelas durante los últimos años (décadas) es el incremento de la diversidad. Hoy, en casi todos los centros (aunque no en el mismo grado) comparten aula chicos y chicas, alumnos con discapacidades físicas o psíquicas, personas de orígenes, religiones u orientaciones sexuales diferentes. Este simple hecho es ya un logro importante en la lucha contra la discriminación. Y sin embargo, las diferencias siguen siendo vistas por muchas personas como algo negativo, a evitar, no todos los alumnos o alumnas se sienten igualmente acogidos o aceptados, muchos se sienten rechazados o incluso acosados.
De modo que el reto es ofrecer respuestas adecuadas a la diversidad, a las situaciones de especial vulnerabilidad: que todos sean respetados y aceptados, que todas puedan sentirse a gusto; que a nadie se le discrimine por ninguna razón (esas que se señalan expresamente en el artículo 2, y otras similares como la discapacidad, la ideología, el aspecto físico o la orientación sexual); que consiga dar respuesta adecuada a las necesidades formativas de todos y cada uno, que ofrezca a cada cual el máximo de posibilidades para su desarrollo personal… Ya no se trata, pues (o no solo), de que todas las personas tengan derecho a una plaza escolar, sin barreras, sino a sentirse acogidas y respetadas. Entre la acogida y el acoso existen muchos grados de aceptación o discriminación. Ello exige trabajar sistemáticamente una serie de valores (como la justicia, la solidaridad, el respeto o el compromiso, que son los valores en los que se sustenta la Declaración de DDHH) y enfrentarse a otra serie de valores (o mejor contravalores) como la insolidaridad, la intolerancia o el etnocentrismo. Dicho de otro modo, se trata de prevenir y combatir actitudes y comportamientos sexistas, racistas o intolerantes, que suelen estar en la base de cualquier discriminación.
¿Cómo valorar hasta qué punto nuestro sistema educativo está ofreciendo respuestas adecuadas a la diversidad creciente, a las situaciones de especial vulnerabilidad? Cómo valorarlo, además, en un panorama en el que lo políticamente correcto es predicar la integración (o si se prefiere la inclusión) como algo plenamente logrado… Cómo hacerlo en un sistema complejo, disperso, en el que conviven realidades tan diversas. Es decir, cómo medir la distancia entre los hechos y los derechos. Porque, como bien sabe cualquiera que haya trabajado o trabaje en la educación escolar, en una misma ciudad, a unos pocos metros, podemos encontrarnos con dos centros con prácticas de inclusión o exclusión absolutamente diferentes. Centros comprometidos en la práctica cotidiana con la aplicación de los DDHH, a los que concede prioridad en su acción educativa, y centros en los que eso queda en un segundo plano o es, en todo caso, “una maría”.
Como hace algunos años destacó Katarina Tomasevski, Relatora Especial de Naciones Unidas sobre el Derecho de la Educación, “Es una obviedad que las estadísticas educativas revelan mucho, pero esconden lo que realmente necesitamos saber. Las estadísticas operan con promedios, mientras que los derechos humanos exigen el derecho igual a la educación para todos y todas”. En este sentido, la no aceptación, la marginación, el rechazo o el acoso a un solo alumno o a una sola alumna, es un fracaso. Debe ser considerado como un fracaso de toda la escuela.
En la aplicación y defensa de los DDHH, la escuela dispone de los mismos elementos con los que cuenta para lograr una educación de calidad: el compromiso y buen hacer del profesorado y las familias; la organización escolar y los sistemas de participación de todos sus miembros; el trabajo en colaboración con otros agentes sociales del entorno; el currículum escolar, y especialmente el trabajo en actitudes y valores; la equitativa distribución de los recursos; los criterios e indicadores de evaluación; el modo en que gestiona los problemas de convivencia… No es lo mismo, por ejemplo, recoger y valorar el grado de satisfacción del alumnado que no hacerlo; o valorar exclusivamente los conocimientos como señal de éxito escolar; o dejar en papel mojado la competencia de “Aprender a vivir juntos”; o mirar para otro lado ante las situaciones de acoso escolar…
Claro que siempre no quedará la duda (o el debate) de si es realmente posible una escuela no discriminatoria en una sociedad excluyente, que mira con recelo o que margina al diferente.
*Fermín Barceló es maestro y licenciado en Pedagogía. Ha ejercido su compromiso con la educación y la renovación pedagógica desde responsabilidades múltiples, en la escuela y en el Ararteko.