BOLETÍN
DIGITAL nº92 / NOVIEMBRE -
2023
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“Aquellos
mitos con los que mataron"
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En tanto que partidario de utilizar
la violencia como instrumento de
acción fundamental para alcanzar más
rápido sus objetivos políticos, el
terrorismo es una práctica social
extraordinaria, inusual. Superar la
limitación que la condición humana
establece al hecho de matar y
subvertir el contexto social al
punto de respaldar ese paso crítico
son exigencias más que notables. Una
y otra cosa necesita de un relato
apropiado para desactivar valores
que impiden rebasar esa frontera tan
básica. A la vez, precisa de otro
que convierta esa crucial decisión
en algo razonable, justo y adecuado.
Determinados mitos juegan ese papel.
Son mitos que matan, porque soportan
la acción criminal tanto de los
perpetradores como de la comunidad
de muerte que los respalda, así como
de la sociedad de entorno en que se
produce su intervención violenta y
que en alguna medida los entiende al
compartir alguna parte de sus
objetivos. Son creencias fuertes, de
las que se derivan actitudes e
interpretaciones sobre la cultura
política común de esa sociedad, al
punto de formularse alternativamente
a esta o contender con sus
postulados mediante su rechazo o su
erosión. Cuando los terroristas
resuelven que la violencia ya no es
procedimiento adecuado para
favorecer su actividad explican a su
manera las razones de ese abandono,
pero no dedican un instante ni
cuestionan lo más mínimo esos mitos
que les permitieron matar. Estos
mitos sobreviven a su violencia y
siguen influyendo en la sociedad
posterrorista.
De
eso se habló en el XXI Seminario
organizado por la Fundación Fernando
Buesa en colaboración con el
Instituto de Historia Social
Valentín de Foronda (UPV/EHU). Se
trataba de identificar qué bienes
reparables hemos perdido en estos
cincuenta años de terrorismo, ya que
los irremediables, los que se
refieren a sus víctimas directas e
indirectas, ya no tienen la misma
solución.
Los
valores son una construcción social
que necesita de ciudadanos
dispuestos a hacer que estos sean
positivos, dignos de una vida buena
y de una sociedad decente. La
democracia necesita de demócratas.
En ese sentido, se constató con
diferentes ejemplos cómo el
terrorismo erosionó las convicciones
sociales que sostienen la democracia
y el Estado de derecho. El
cuestionamiento de las
instituciones, la naturalización de
la violencia, el rechazo de las
diferencias de criterio, los relatos
míticos soportados en creencias
peligrosas para la continuidad de
una sociedad abierta, la conversión
de la política en un juego de
enemigos excluyentes, la exclusión
de las minorías del círculo del
prestigio social… Son muchas las
expresiones que ha tenido como causa
o como efecto el terrorismo a la
hora de hacer nuestras sociedades
más débiles, menos reflexionadas y
menos sólidas ante la amenaza de
cuestionamientos de esa naturaleza.
De
ahí la necesidad de identificar los
vacíos producidos, las “heridas
culturales”, y la de apostar por un
fortalecimiento cívico de nuestra
comunidad, que no se limite a la
escuela como escenario formativo, ni
tampoco a lo irremediable que
produjo el terrorismo, sino que
aborde de manera ubicua, en todos
los espacios posibles, y con una
atención singular a todos esos
intangibles políticos que nos fueron
arrebatados una tarea de
reconstrucción. Quizás la primera
sea la de comprender lo que ha
ocurrido aquí en los años pasados a
partir del conocimiento riguroso de
lo sucedido. Comprender, como
escribió Hannah Arendt, consiste en
revisar la percepción inicial de una
cosa para dotarle de sentido, para
ubicarla adecuadamente en el
contexto en que se produjo y para
que nos sirva como instrumento de
intervención social, no solo como
saber.
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Resumen del XXI
Seminario
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Organizado por
la Fundación Fernando Buesa Blanco y
el Instituto de Historia Social
Valentín de Foronda, se desarrolló los
días 26 y 27 de octubre en el Centro
de Investigación Micaela Portilla del
Campus de la UPV-EHU de
Vitoria-Gasteiz.
El final del
terrorismo fue también el de la
muerte y el del temor, así como la
derrota de sus partidarios. Sus
objetivos y criterios totalitarios,
contrarios por completo a la
pluralidad de la sociedad vasca y a
la legitimidad del Estado
democrático de derecho en España,
fueron apartados y aparcados por esa
cultura política, que se vio
obligada a una transformación más o
menos sincera para incorporarse con
garantías a la normalidad
democrática de todos. Sin embargo,
aquellos mitos sobre los que se
instaló y justificó el recurso a la
violencia durante años siguen en
buena medida vigentes y gozan de
gran predicamento social. De la
misma manera, los valores que se
vieron tan resentidos durante tiempo
(la democracia, el Estado de
derecho, la defensa del pluralismo…)
no han sido suficientemente
reivindicados, no se ha hecho aún el
esfuerzo ni institucional ni social
por recuperar lo perdido, por
asentar el futuro sin terror y
terroristas, pero sobre bases
cívicas firmes, sentidas, asumidas y
compartidas.
El XXI Seminario Fernando Buesa
abordó todo aquello que se perdió en
parte o al completo. Se trató de
identificar de qué hablamos, cómo se
vio erosionado o cuestionado, y,
sobre todo, cómo podemos recuperarlo
e instalarlo en el escenario social
para ser de verdad una sociedad
abierta, democrática y plural a
todos los efectos, sin cortapisas,
silencios o espacios oscuros. Los
escenarios de análisis volvieron a
ser los de otras veces: el ágora
pública, los compromisos y
obligaciones institucionales o el
sistema educativo como ámbito
privilegiado de reproducción de
valores sociales.
Vídeos
de las diferentes ponencias del
XXI Seminario:
Apertura
Conferencia
Inaugural
Mesa 1.
¿Qué valores peligran hoy en
nuestra sociedad?
Mesa
2. ¿Qué es educar en valores?
Mesa
3. ¿Qué hemos hecho en este tiempo y
qué podemos hacer?
Mesa
4. Qué y cómo recuperar lo perdido
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Fundación
Fernando Buesa Blanco Fundazioa
C/
Los Herrán 46 C-bajo - 01003
Vitoria-Gasteiz
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