Víctimas: todas distintas, todas iguales
El recién celebrado XIV Seminario Fernando Buesa abordó la compleja cuestión de las víctimas como sujeto social y la categorización de las mismas. Partíamos de la idea fuerza de que, siendo todas ellas merecedoras de una misma atención por parte de la sociedad y de los poderes públicos (justicia, reconocimiento y reparación), su diferente victimización les hace distintas a cada una.
Éramos conscientes de que esa diferenciación de argumentos es tan necesaria como delicada a la hora de ser abordada, en tanto que puede interpretarse una intención de establecer diferentes rangos o de justificar agravios. Afortunadamente, el gran nivel de los expertos invitados, de todo tipo de disciplinas sociales (derecho, filosofía, psicología, sociología, historia…), permitió acotar la cuestión en sus justos términos.
Colectivamente, la víctima es una construcción social. La sociedad, gracias a la empatía que en un determinado momento establece con las víctimas, las reconoce como tales y asume que tiene una responsabilidad con ellas. Ahí se pasa de la providencia, de lo que ocurre inevitablemente o como accidente, a la asunción de que se puede y se debe hacer algo. Hay víctimas porque alguien las ha convertido en tales, a su pesar. Y es responsabilidad de la sociedad tanto ser solidaria con ellas como enfrentar a diversos niveles el nefasto argumento que llevó a sus victimarios a matar por algo.
Las víctimas se construyen a sí mismas como sujeto social. Fue otra de las conclusiones importantes. La sociedad las ve después de su esfuerzo por hacerse presentes, a través del asociacionismo, la protesta, la demanda de sus derechos y la denuncia de su situación y condición.
Pero las víctimas solo son visibles y solo reciben el apoyo de la ciudadanía cuando esta hace suyo un relato que deja claro de qué lado están el bien y el mal. De hecho, el objetivo buscado por el victimario las convierte en víctimas y es ese mismo objetivo el que se denigra con su acción.
Por eso es necesario discernir. Hacerlo para dejar a un lado y a otro del bien y del mal a quienes sufrieron pasivamente, sin razón ni buscarlo, y a quienes sufrieron cuando trataban o porque trataron de atentar contra otros. Hacerlo también para comprender cada hecho concreto, para que cada víctima tenga un significado que la haga individual. Distinguir en ese sentido las diferentes violencias a lo largo del tiempo, para no meter inopinadamente a todas en una común falta de explicación.
Cuando la sociedad cree que las víctimas son producto del azar, de la mala suerte, de una violencia sin sentido, estas vuelven a ser invisibles. De ahí la necesidad de conocer y de significar a cada víctima. La igualación que hace a todas las víctimas indistintas las devuelve a su condición inicial de inexplicables. Y en ese punto la sociedad no se hace responsable de ellas.
Por eso es tan importante la cuestión. Una cosa es la igualdad de trato y otra muy distinta la igualdad de consideración. La igualdad en el sufrimiento no iguala en la responsabilidad, ni a los victimarios ni a la sociedad.
Por último, otra conclusión que salió de allí, la indiferenciación de las víctimas, al margen de lo que les convirtió en tales y de la intención de sus victimarios, es tan injusta con ellas como con la sociedad a quien se pretendió imponer en momentos diferentes proyectos políticos totalitarios. Las víctimas de la violencia política, del terrorismo, son víctimas vicarias, lo son por sí mismas y lo son en nombre de la sociedad a la que sin quererlo representaban. Porque se atentó contra ellas para condicionar las decisiones del conjunto social.