El
XXII Seminario Fernando Buesa ha
tratado la situación de las diversas
víctimas de la violencia política de
los pasados decenios con el objeto
de advertir y rectificar una posible
asignación o apropiación espuria de
algunas de ellas a determinado
sector político y otras a otro. Es
una preocupación que nacía de la
reciente ley de Memoria Democrática
(2022) que, al reconocer a las
víctimas del franquismo y del tiempo
de la Transición, y al dejar a un
lado a las víctimas del terrorismo
al haber sido abordadas en otras
normativas, podía dar pábulo a esa
tentación. Es claro que ese no es el
objeto de esa ley, pero el actual
contexto político en el que nos
movemos, definido por una insufrible
polarización, podría propiciar ese
error o confusión voluntaria o
involuntariamente.
Las
intervenciones de los diferentes
expertos en la cuestión sirvieron
precisamente para despejar esa
amenaza y para señalar el camino a
seguir para evitar que se haga
realidad. Ni desde el pensamiento ni
desde la experiencia histórica –ni
desde la Filosofía ni desde la
Historia, en consecuencia- cabe
cuestionar un precepto básico: las
víctimas lo han sido por la
intención política de sus
victimarios. En ese sentido, les une
el dolor y les une el testimonio que
suponen de denuncia del
totalitarismo y de defensa de
valores nobles, como la libertad, la
democracia y el Estado de derecho.
Cada víctima expresa en su
experiencia la denuncia de una
violencia que trató de imponerse a
la voluntad de los demás, tanto da
si se produjo en el contexto de una
guerra civil tras un fracasado golpe
de Estado, en el de la incertidumbre
de un proceso transicional o en el
del despotismo de una dictadura.
Cada víctima y cada victimización
serán en ese sentido diferentes, y
nos darán cuenta de las diversas
dimensiones, repertorios e
intenciones de esa violencia, pero
todas se alzan sobre ella expresando
la voluntad de la ciudadanía
presente por preservar valores
positivos, la inversa de los de sus
verdugos.
Fue
este el mensaje que proyectó una
mesa de víctimas realmente plural en
cuanto al carácter de sus
victimarios, del franquismo al
tiempo transicional, del terrorismo
de ETA a los antiterrorismos
ilegales e ilegítimos como los GAL.
Las víctimas, lo expresaron con
claridad y rotundidad: no colisionan
entre ellas, no se sienten como
parte de un platillo de la balanza
que ha de equilibrarse política o
ideológicamente con el otro. Forman
parte de una misma realidad y
precisan tenerse como iguales.
Pero
para alcanzar esa igualdad en
términos de verdad, justicia y
reparación es necesario remover los
obstáculos que todavía hoy
diferencian a unas y otras. El mismo
reconocimiento legal e institucional
será el soporte más seguro para que
todas tengan la misma consideración
y apoyo social. Por eso la
diferenciación es ahora muy dañina
para ellas, para la memoria de los
que ya no están y para el proyecto
de sociedad decente que construimos
con su recuerdo y testimonio
perenne.