El
pertrecho del ser humano es lo que
constituye su experiencia. Ello, y su
capacidad para darle forma y concluir
de la misma aprendizajes para la vida.
Dar sentido a la experiencia supone
reelaborar lo vivido y proyectarlo
para uno mismo y para los demás como
lección de vida, como algo cargado de
valor.
La mochila de los recuerdos no se mide
a peso. No es una proporción
cuantitativa, sino cualitativa. Con
ellos construimos los que somos y la
impresión que tenemos de los demás, lo
que ha sido de nosotros y ellos. Pero
entre medias hay una labor de
reelaboración. No todo nos sirve. De
esa mochila nos desprendemos de lo
inútil y nocivo, esperanzados de que
metabolizando lo bueno nuestra
experiencia pueda servir de algo a
alguien, empezando por cada uno de
nosotros. Es lo que quedará de nuestro
recuerdo, del nuestro, de nuestra
generación, de los que compartieron
nuestro tiempo y lugar. La capacidad
de convertir esa memoria literal en
memoria ejemplar, siguiendo al maestro
Todorov, es lo único que la hace útil
para los demás, y no herencia privada
y egoísta de una experiencia que
pretendemos única, intransferible e
irrepetible.
La experiencia del terrorismo nos
obliga a todos a pensar y repensar qué
legado, qué recuerdo y qué valor
positivo queremos dejar a los que
vienen detrás. Nos obliga a las
víctimas, pero también a los
victimarios. No olvidar consiste en
eso: no en un recuerdo persistente,
sino en una memoria positiva, fértil,
capaz de contribuir a una sociedad
mejor.
Las víctimas han tratado de
transformar su dolor en algo
provechoso, convertir su experiencia
de sufrimiento en un rechazo
permanente de la violencia. Los
victimarios tienen en sus manos hacer
otro tanto. Porque igual que las
víctimas somos mucho más que lo que
nos pasó, los victimarios son mucho
más que lo que un día hicieron. Por
eso serán también lo que hagan con su
experiencia particular: eludir su
responsabilidad y atrincherarse en una
pretendida épica para sus acciones, o
reconocer el dolor que causaron y el
sinsentido que tuvo aquello. De un
modo, la experiencia reitera el mal,
el producido o el sufrido; de otro,
nos libera, si sirve para aportar
valores positivos que hagan una
sociedad mejor. El legado de la
experiencia no es un derivado natural,
sino el resultado de nuestra
intención, de nuestra voluntad y
posibilidad de darle sentido, y
sentido positivo.
En esta edición del In Memoriam, la
Fundación Fernando Buesa Blanco
Fundazioa quiere tener un recuerdo
especial para las víctimas del 11-M,
del que se cumplen ahora veinte años.
Invitaremos a la familia de Rodolfo
Benito Samaniego a compartir un
diálogo entre quienes tras haber
sufrido el terrorismo hemos trabajado
desde nuestras respectivas fundaciones
para mejorar la convivencia de
nuestras sociedades y hacer útil la
memoria de nuestras
experiencias.