“BERPIZTEN. Futuros arrebatados, vidas que emergen"
La violencia política expresa y contiene una de las peores maldades generadas por la nueva expectativa que estableció la Modernidad. El ser humano podía aspirar a conformar la realidad social y para ello podía recurrir a fuerzas diversas. En busca de un hipotético mejor futuro colectivo se acabó tomando por bueno un procedimiento que convertía en nada la vida y el futuro de las personas reales. La violencia como “partera de la historia”, el ser humano concreto convertido en instrumento al servicio de una ideología. La persona reducida a cosa, menospreciada frente al sacrificio criminal de quienes estaban en posesión de una idea trascendente, buena para todo el mundo, a pesar de ese mismo mundo.
Castellio ya le espetó a Calvino que matar a alguien por una idea no es defender una idea, sino matar a alguien. Las víctimas, por una idea o por cualquier otro motivo, ven arrebatado su futuro real. En el caso de las víctimas del terrorismo, esos futuros robados cargan sobre la conciencia de los victimarios y sobre la naturaleza del proyecto político que justificó su acción. Quienes sobrevivieron a un atentado, y también sus familias y entornos, se vieron obligados a empezar de nuevo, con ausencias o a partir de una situación indeseada que pasaba a formar parte esencial de sus nuevas vidas, que las condicionaba para el futuro.
En ese punto fatal, las víctimas se han visto forzadas a cargar cada día con esa condena, porque, en realidad, su deseo no es otro que poder escapar de semejante constricción, vivir el futuro sin esa hipoteca de por vida. ¿Cuándo será posible eso? ¿Cuándo los victimarios reconozcan que fue un crimen robar esos futuros o cuando renuncien a construir un futuro colectivo sobre la misma intención política que les animó en otro tiempo? Hablamos de la homogeneización social, del rechazo radical que manifestaron contra la pluralidad, contra la esencia misma de la ciudadanía democrática.
La violencia terrorista condiciona también el futuro de los hijos e hijas de las víctimas. El recuerdo se transmite generacionalmente y las lecciones de tan amarga experiencia se convierten en asunto de primer orden. No es su historia, pero no pueden pretender vivir al margen de ella. La necesidad de trasladar a sus próximos y entornos lo que cada víctima vivió constituye un nuevo reto: hacer presente lo importante de todo aquello, y hacerlo sin generar rechazo ante algo que se percibe como ajeno.
Es el sino de los procesos colectivos traumáticos: el empeño de que los asuma la siguiente generación, la que todavía conoció algo de ellos. De no ser así, como tantas veces, quedará la esperanza de que será la próxima, más alejada, la que se ocupe de ello.
“Matar a un hombre es algo despreciable. Le quitas todo lo que tiene, y todo lo que podría llegar a tener”. De cómo revivir y dar nueva forma a un futuro arrebatado, interrumpido en su discurrir, nos hablarán Sara Buesa y nuestro invitado este año, Eduardo Madina, en el XXII In Memoriam por Fernando Buesa Blanco y Jorge Díez Elorza.