“Vivir en comunidad. Vivir en diversidad”
El pasado 21 de febrero, con el título “Vivir en comunidad, vivir en diversidad”, conmemoramos el XXI In Memoriam por los asesinatos de Fernando Buesa y Jorge Díez. En ese acto reflexionamos sobre las ideas de comunidad, de comunidad incluyente que respete la diversidad, sobre qué tipo de sociedad deseamos, conceptos que cobran una especial importancia en estos tiempos de pandemia que nos han tocado vivir.
La vicepresidenta de la Fundación, Sara Buesa, a partir de su propia experiencia personal, trasmitió sus reflexiones sobre conceptos como el sentimiento de pertenencia, sobre la identidad y sobre formar parte de una comunidad.
En una comunidad natural se tejen espontáneamente relaciones y vínculos afectivos, pero cuando esa comunidad se construye sobre una identidad excluyente, deja de ser comunidad y se convierte en tribu. Quienes piensan y sienten diferente se convierten en otros, quedan relegados, apartados de la comunidad.
Esta construcción social y política que diferencia entre “nosotros” y “los otros” ha arrojado a las tinieblas exteriores a quienes son diferentes y no responden a la definición canónica del modelo de pertenencia establecido.
Sara recordó a tantas personas que tuvieron que refugiarse en un exilio interior, necesitando confinarse en su mundo privado por sentirse relegadas en el ámbito comunitario.
Unos sentimientos de identidad exacerbados y excluyentes resultan asfixiantes para las personas que son y sienten diferente, que se ven obligadas a autoexcluirse del proyecto común, cuando no son expulsadas o incluso, en el caso más extremo, eliminadas físicamente. En muchos casos resulta liberador salir de estas comunidades estancas y excluyentes.
El filósofo Daniel Innerarity desarrolló, en una muy interesante intervención, alguna de las ideas concitadas.
La primera reflexión planteada por el profesor Innerarity versó sobre el pacto político, sobre el principio constituyente de una sociedad con un conflicto abierto sobre su autogobierno. Reconociendo la legitimidad de pretender que la sociedad se parezca lo más posible a lo que cada uno desea, rechazó categóricamente la exclusión ideológica o física de quien no piensa como nosotros.
Propuso la sugerente idea de que “uno puede exigir en aquel ámbito en el que es minoritario el mismo respeto con el que trata a las minorías allá donde es mayoritario”. Dicho de otro modo, cuando uno es mayoritario en una comunidad, deberá tratar a las minorías como quiere que le traten en aquellos otros ámbitos en los que el minoritario es él.
La segunda reflexión tuvo que ver con la naturaleza de la sociedad vasca. Recordó que las sociedades modernas “no surgen del colapso de comunidades originarias.
Desde la contraposición entre el mito de la comunidad intacta y la realidad, definió la sociedad vasca, y también la española, “como una sociedad de heterogéneos, con distintos grados de identificación, una sociedad de las que pertenecen a distintas cosas a la vez, que aspiran a objetivos diferentes y ocasionalmente en conflicto…”.
Citando a Tönnies, propuso una democracia “que se construye en un ideal de ciudadanía que, por un lado, nos plantea obligaciones respecto a lo común, pero que permite al mismo tiempo un grado de liberalidad, tolerancia e indiferencia incluso, completamente desconocido en las comunidades rurales cerradas”.
La última propuesta que planteó fue la de pensarnos como “sociedades de afectación”. En este punto, tanto Sara como Daniel enmarcaron sus planteamientos en el momento actual de una pandemia global.
Sara nos recordó que precisamente la situación de emergencia sanitaria nos ha hecho tomar conciencia de la importancia central de cuidarnos en comunidad, que ser comunitarios supone estar al servicio del bien común, comprometernos los unos con los otros.
En esa misma línea, Daniel aludió a que la pandemia ha puesto de manifiesto nuestra común vulnerabilidad, una fragilidad que modificará nuestro modo de vida y la realidad de nuestras instituciones.
Para finalizar, resulta oportuno traer a colación una reflexión última del ponente, especialmente pertinente en un acto de recuerdo a dos víctimas del terrorismo, respecto a lo diferente que sería contar la historia de un pasado de violencia si nos reconocemos como “sujetos que sufren”. Relatar los acontecimientos desde el ángulo de las víctimas, en lugar de recurrir a la narrativa de las gestas, tiene una enorme fuerza simbólica y, en cierta manera, reparadora, ya que “si una sociedad cuenta su pasado desde la perspectiva de los que han padecido, tiene más posibilidad de construir su futuro inclusivamente, de manera que convierta en su principal objetivo evitar el padecimiento y cuidar la común vida vulnerable”.